Comentario
La Revolución francesa pretende acabar con estructuras, tradiciones y formas de vida sólidamente arraigadas para imponer un nuevo orden social y cultural en el que los individuos serán más felices, regidas sus vidas por la racionalidad y el equilibrio. Para ello, consciente de la dificultad de su ambiciosa empresa, instaura mecanismos de control sobre las vidas individuales cuya mayor consecuencia es la inmiscusión en los ámbitos más recónditos de la privacidad. El nuevo Estado revolucionario se sabe débil en los primeros momentos, a veces incomprendido. Las fuerzas contrarrevolucionarias luchan por no verse desbancadas de sus posiciones de privilegio, mientras que una gran parte de la población no comprende los cambios y los observa con recelo. La continuidad de la Revolución ha de hacerse, piensan, mediante un violento control que se llevará hasta sus dramáticas consecuencias en la época del Terror. Los cambios propuestos afectan no sólo a la vida pública sino incluso a aquellas instituciones como la familia cuyo ámbito de actuación y desarrollo se insertan en la plena privacidad. Se propone conseguir un individuo nuevo como base para una sociedad transformada, más justa, libre y equilibrada. Para ello, los cambios no han de hacerse sólo en la superficie del sistema social: no basta con cambiar las formas de gobierno, ni las estructuras económicas, ni el sistema social basado en la división estamental. Los cambios han de penetrar en la vida cotidiana de los franceses, con el fin de fabricar desde la raíz un individuo nuevo que servirá de materia prima con la que construir una sociedad perfecta. Además, la necesidad de expresión y ubicuidad del nuevo estado Republicano, su búsqueda de legitimidad histórica y continuidad, le hará instaurar símbolos que estarán presentes en ámbitos tan dispares como los objetos de uso cotidiano o la percepción del tiempo. Una nueva sociedad requiere de un nuevo lenguaje: limadas las desigualdades, el vocabulario y las expresiones no son usados para marcar diferencias de clase sino para acercar a los individuos. Igual ocurrirá con el vestido, que ya no será un símbolo de distinción sino de homologación y uniformidad.La mujer revolucionaria, protagonista en muchas actuaciones en pie de igualdad con los hombres, luchará por salir del ámbito privado doméstico para mostrarse y participar de la vida pública. Sin embargo, para el Estado los ámbitos íntimos son por definición el medio en el que ha de desarrollarse lo femenino: la mujer ha de permanecer en la casa; lo contrario sería subvertir el orden natural.